Las últimas cartas de Alfonsina Storni desde Mar del Plata
Por Gustavo Visciarelli
Alejandro Storni tenía 27 años cuando despidió a su madre el 18 de octubre de 1938 en Constitución, al pie de un tren nocturno que partió hacia Mar del Plata. “Lloré toda la noche. Había que ser muy torpe para no darse cuenta de que no volvería”, admitió años después.
Ocho meses antes, Alfonsina le había confiado que los síntomas del cáncer estaban retornando y que no se sometería a nuevas operaciones ni tratamientos invasivos. En 1935 le habían extirpado un seno.
Al emprender su viaje a Mar del Plata no tenía esperanzas de vida; sufría fuertes dolores y se hallaba en estado depresivo. Ella decidió que su hijo no la acompañara y le dejó una serie de recados, incluyendo el cobro de haberes en el diario La Nación. Alejandro, que jamás reclamó ese dinero, entendió que su madre no regresaría.
Alfonsina se alojó en una pensión del barrio La Perla perteneciente a una poeta amiga: Luisa Orioli de Pizzigarni. Se hallaba en 3 de Febrero 2861, entre Yrigoyen y Mitre, y fue demolida hace años.
Los últimos textos
En el hotel, Alfonsina escribió su poema “Voy a dormir” y lo despachó por correo a La Nación, donde fue publicado al día siguiente de su muerte. El más críptico de sus versos (“si él llama nuevamente por teléfono, / le dices que no insista, que he salido”) podría no tener el significado que muchos creen. “Se refirió a mí”, sostuvo Alejandro Storni a lo largo de su extensa vida.
Durante su estadía de menos de una semana en Mar del Plata, Alfonsina recibió dos cartas de su hijo (“escribime, que me va a hacer falta”, le había pedido antes de partir) y respondió ambas. La primera respuesta contiene un destello de esperanza:
“Sueñito mío, corazón mío, sombra de mi alma, he recuperado el sueño, ya es algo. Dormí en el tren toda la noche. Te escribo ésta recostada en mi sillón, la mano sin apoyo. El apetito mejor, pero sigo con una gran debilidad. Lo mental es lo que está todavía debilísimo. ¡Ay mis depresiones! Y qué temor me dan. Pero hay que confiar, si el cuerpo se levanta, puede que lo demás también. Te abraza largo y apretado, Alfonsina”.
Para redactar la segunda carta se vio obligada a pedirle ayuda a Celinda Socorro Abarza, mucama del hotel:
“Querido Alejandro: te hago escribir con mi mucama; pues anoche he tenido una pequeña crisis y estoy un poco fatigada, solamente para decirte que te adoro, que a cada momento pienso en ti, nada más por ahora para no cansarme e insisto en decirte que te adoro, sueña conmigo, lo necesito. Besitos largos, Alfonsina”.
Al sufrir esa crisis, Alfonsina fue asistida en plena noche por un médico local: el doctor Felipe Serebrinsky la encontró lúcida y con plena conciencia de su enfermedad.
Alfonsina Storni en Playa Bristol. Fotografía publicada por la revista Caras y Caretas en 1924.
Durante la consulta, Alfonsina invocó el Veronal, un derivado del ácido barbitúrico que se empleaba como sedante e hipnótico. Concretamente, preguntó qué dosis debía ingerir para autoeliminarse. A manera de respuesta, el médico le explicó el mecanismo de un lavaje de estómago. “Entonces voy a tener que tirarme al mar”, dijo ella.
La tercera carta
Una tercera carta, desconocida durante 71 años, estuvo dirigida a su amigo, el escritor Manuel Gálvez. Con tinta roja y letra temblorosa, Alfonsina escribió:
“Querido Gálvez: estoy muy mal. Por favor, mi hijo tiene un puesto municipal, yo otro. Ruéguele al intendente en mi nombre que lo ascienda acumulándole mi sueldo. Gracias. Adiós. No me olviden. No puedo escribir más. Alfonsina”.
Esta misiva purgó un largo olvido en el sótano de la Sociedad Argentina de Escritores de Buenos Aires, donde la descubrieron en 2009. También apareció el sobre, sellado por el correo el 23 de octubre de 1938, evidenciando que en esa fecha la poeta ya estaba decidida a suicidarse.
Alfonsina escribió otras notas que dejó sobre la mesa circular de la habitación, junto a su documento de identidad. En una, dirigida al juez, pedía que no se culpe a nadie de su muerte. En la otra sentenciaba lacónicamente: “Me arrojo al mar”.
Alfonsina se suicidó el martes 25 de octubre, posiblemente en las primeras horas de la madrugada. Sin ser vista ni oída, salió del hotel que la tenía como única huésped, caminó unos 300 metros y saltó al mar desde un espigón de piedras y hierros expuestos que se hallaba a la altura de la calle Ayacucho, en el sitio donde funcionaba el balneario del Club Argentino de Mujeres.
La última carta de Alfonsina tuvo como destinatario a su amigo, el escritor Manuel Galvez.
No hubo testigos y de no ser porque uno de sus zapatos quedó aprisionado en un hierro del espigón, jamás se habría determinado el sitio exacto de su muerte.
El 25 de octubre, cerca de las 8, la mucama Celinda Abarza golpeó la puerta de la habitación para servirle el desayuno sin obtener respuesta. No insistió, creyendo que Alfonsina dormía. Cerca de allí, rescataban del mar el cuerpo de una mujer que llevaba, según la crónica, un sencillo vestido de calle de lino oscuro.-
