Apuestas ilegales y juego clandestino: “¿no va más?”, tiros en la guerra de las sombrillas y se van más que los que llegan
Mar del Plata volvió a tener su mañana de película: patrulleros en la puerta de un country, agentes federales con camperas azules y fajos de billetes contados sobre una mesa de mármol. No fue un caso de narcotráfico ni una trama de espionaje: fue, otra vez, el juego ilegal. La ruleta, que alguna vez giraba entre luces y champán, ahora gira entre dólares, cuentas truchas y patrullas federales. Los allanamientos en Rumencó, el country emblemático de Mar del Plata, destaparon una red de casinos virtuales que movía millones. En las casas allanadas, los federales encontraron más de 170 mil dólares, casi tres millones de pesos, autos de alta gama, motos y computadoras. El catálogo del delito moderno: lujo, conectividad y codicia. La causa está bajo secreto de sumario, pero no hace falta ser juez para entender la lógica. El juego clandestino es la versión siglo XXI de lo que en los 80 eran las mesas de paño verde en casas de barrio o galpones sin cartel. Solo que ahora las fichas son virtuales, las apuestas se hacen por celular y los jugadores pueden estar a miles de kilómetros. El dinero, sin embargo, sigue corriendo por las mismas venas: efectivo, cuevas, mulas financieras, cajeros y algunos “personajes” que se pasean por la ciudad con sonrisa de benefactores y que pueden gastar millones en una salida nocturna en boliches top.

En Radio Pasillo ya lo habíamos dicho más de una vez: Mar del Plata es un territorio donde el juego clandestino no desaparece, se moderniza. Cambia de forma, pero no de esencia. Lo paradójico es que mientras el juego ilegal se sofistica, los casinos oficiales agonizan: menos personal, menos público, menos glamour. El Estado pierde recaudación, pero también autoridad. Esa vieja ruleta estatal que sostenía parte de la vida nocturna marplatense –con sus fichas, sus mozos y su liturgia– hoy apenas sobrevive. El juego clandestino, en cambio, no conoce crisis: ni tarifaria, ni política, ni moral. Los billetes de los casinos ilegales se apilan en cajas fuertes o se convierten en bitcoins. El Estado, siempre con un pie tarde, entra solo cuando alguien filtra una denuncia o cuando una investigación federal baja desde Buenos Aires. Y entonces un country o un departamento de alta gama frente al mar se convierte por un rato en escenario policial. El caso tiene nombres, montos y marcas de autos. Pero detrás de todo eso hay una trama más profunda: una economía del ocio sin regulación y una política del silencio. Porque todos saben que el juego ilegal existe, que mueve millones, que financia campañas, que compra voluntades. Solo falta que alguien decida apagar la música y encender la luz. Hasta entonces, la ruleta seguirá girando. En los barrios, en las apps, en los countries.

Los cajeros de la ciudad saben la canción. No solo entregan sueldo o jubilaciones: en sus pantallas se concentran las primeras etapas del desastre. Transferencias rápidas, cash para la mano que luego viaja a una billetera virtual, retiros exprés cuando la cuenta necesita oxígeno. Y cuando la racha no llega, aparecen los “préstamos” de los amigos, las deudas a tasa usuraria y esa sensación de vértigo que se confunde con éxito. Hace tiempo se viene escribiendo que el juego ilegal cambió de traje. Ya no es la mesa secreta en una casa de la periferia; ahora es una plataforma con servidor en otro país, con publicidad en redes y promociones que parecen ofertas de supermercado: “duplicá tu depósito”, “bono por referido”, “apuesta gratis”. Es marketing que se alimenta de la vulnerabilidad, esto es, jóvenes con trabajo informal, chicos sin redes de contención, familias en las que un salario no alcanza. El resultado es previsible y cruel. En cuestión de días, un pibe puede pasar de ahorrar para el colectivo a creerse invencible cuando gana una apuesta fuerte. Y en cuestión de días más, puede perderlo todo: plata, autoestima, tiempo de estudio, trabajo. Esa transformación rápida –de “millennial millonario” a ludópata en crisis– es la gran metáfora de nuestra época: éxitos virtuales, consecuencias reales.

No es un problema solo de moralidad individual. Hay una trama de operadores offshore, cajeros convertidos en surtidores de efectivo para apuestas, “mulas” que mueven dinero y una regulación que llega tarde o que mira para otro lado. Mientras tanto, los servicios de salud mental y los dispositivos de contención juvenil no logran escalar para atender la avalancha. En Radio Pasillo lo dijimos: el juego ilegal online no es un entretenimiento, es una industria. Una parte de esa industria se instala en las plazas virtuales donde juegan los más jóvenes, y otra parte se queda en los barrios, lavando ganancias y exhibiendo autos, celulares y viajes que funcionan como señuelo. ¿La solución? No alcanza con detener un servidor o clausurar una web. Hace falta prevención en la escuela, campañas serias contra la ludopatía, regulación de publicidad en redes –especialmente, la que apunta a menores– y controles reales sobre los flujos de dinero que salen de los cajeros hacia las apps. Y, claro, políticas públicas que ofrezcan alternativas: empleo digno, oferta cultural y espacios deportivos donde el riesgo no sea la única apuesta. Cuando la chance de ganar se convierte en promesa instantánea, la ciudad pierde. Y pierden los de siempre: los jóvenes, las familias que arreglan el mes con esfuerzo y la comunidad que recibe los escombros emocionales de cada caída. Transformar un chico en “millonario” de pantalla en tres días no es un triunfo; es el prólogo de otra caída.

Es piña va y piña viene… El concejal opositor se divierte escuchando las distintas voces de este inesperado enfrentamiento y suelta un mensaje que suena a recomendación: “Ordénense y bajen un cambio porque así van a perder todos. Dejen de tirarse con acusaciones, carpetazos y denuncias de anomalías porque, lo sabe hasta la estrella culona del Conicet, acá ninguno orina agua bendita”. El locuaz edil detalla luego ante el periodista su sorpresa por lo que está sucediendo con algunos concesionarios de balnearios –históricos y nuevos en estos menesteres– con denuncias y acusaciones cruzadas que llegan a los medios en una escalada verdal rápida y furiosa. En las últimas semanas, las playas fueron noticia y no por las expectativas para la temporada, sino por la “guerra de sombrillas”, como la calificó el concejal que el 10 de diciembre deja su cargo. Y, antes de retirarse, adelantó que “va a estar para alquilar balcones la resolución de la licitación de Playa Redonda”. Detalló que se presentaron cuatro oferentes, quedaron dos y entre ambas cruzaron impugnaciones en las últimas horas. Las dos igualaron en el canon ofrecido –60 millones de pesos– y la única diferencia radica en el monto de obra: uno propone 1.000 millones y otro, 1.800. La definición se acerca. Mientras, el municipio promete un frente marítimo con inversión, sustentabilidad y servicios los doce meses del año. El discurso oficial, desde el Emturyc, es optimista, ya que se habla de generación de empleo, desarrollo turístico sostenible y revalorización del espacio público. Todo muy alineado con la narrativa de ciudad moderna que el gobierno local intenta construir.

A todo esto, en el Concejo Deliberante empezó a circular un proyecto que propone que los concesionarios que ya tienen más de dos playas no puedan participar de nuevas licitaciones. La idea, presentada por el concejal Daniel Núñez, apunta a “abrir el juego”, dicen. Menos concentración, más competencia, más chances para nuevos oferentes. “Es anticonstitucional por donde se lo mire”, dicen los asesores letrados de los históricos concesionarios. El texto es claro: si una persona o empresa ya tiene dos concesiones, o participa en sociedades que las operan, queda afuera del próximo llamado. También alcanza a grupos económicos o familiares que, en los hechos, manejan más de un parador. Detrás de cada sombrilla hay contratos, inversiones, empleados y, claro, relaciones. Y nadie suelta la sombrilla sin chistar. Los defensores del proyecto sostienen que con más oferentes podría haber mejores servicios, precios más competitivos y una distribución más equitativa del negocio costero. Los detractores, en cambio, murmuran que es una forma elegante de correr del tablero a los jugadores grandes y abrir espacio a otros. En Mar del Plata, las olas vienen y van, pero las licitaciones… siempre dejan huella. ¿Bajarán las aguas o se vendrá la sudestada?

La que sí se viene es la temporada –esta jueves arranca el Festival Internacional de Cine y se avecina el último fin de semana extralargo del año con cuatro días de descanso a partir del viernes 21 de noviembre– y en sectores relacionados con el turismo existe incertidumbre en relación con la influencia que tendrá el valor del dólar, hoy beneficioso para quienes optan por viajar al exterior. De hecho, las reservas para el verano a destinos turísticos de países vecinos –especialmente Brasil y Chile– siguen creciendo, viviéndose un panorama similar al de la temporada anterior. Lo cierto es que, otra vez, la valija argentina se arma más para salir que para entrar. Según los últimos datos del Indec, la balanza turística volvió a ser negativa en septiembre. Entraron al país 374.800 turistas no residentes, una caída del 18,9 % interanual, y salieron 706.400 argentinos al exterior, un aumento del 21,8 % respecto del mismo mes del año pasado. En criollo, por cada turista extranjero que llega, casi dos argentinos se van. El resultado es un déficit de 331.700 turistas solo en esa categoría, que trepa a más de medio millón si se suman los excursionistas, es decir, los que cruzan por un par de días o van de compras al otro lado de la frontera. En total, considerando todas las vías de acceso, ingresaron 642.400 visitantes no residentes y salieron 1.204.600 residentes argentinos. La cuenta da negativa, otra vez.

Por vía aérea, el panorama es todavía más marcado: 188.400 turistas extranjeros llegaron al país (-6,7 %), mientras que 386.100 argentinos viajaron al exterior (+28,1 %). Los que vienen, vienen menos; los que se van, se van más. El mapa de los movimientos también tiene su geografía: casi siete de cada diez turistas extranjeros que entran al país provienen de países limítrofes. Brasil explica el 24,8 %; Uruguay, el 18,7 %, y Chile, el 13,5 %. Del otro lado del mostrador, el 65 % de los argentinos que salen eligen también destinos cercanos: Brasil (22 %), Chile (17,5 %), Paraguay y Uruguay completan el podio. En términos económicos, los turistas no residentes generaron 2,4 millones de pernoctaciones con una estadía promedio de 11 noches y un gasto total estimado en USD 208,5 millones (unos USD 86,6 por día). Los argentinos que viajaron afuera, en cambio, sumaron 6,3 millones de pernoctaciones, 14,4 noches promedio y un gasto total de USD 598,2 millones (unos USD 94,9 por día). El balance en dólares, igual que en personas, da rojo.

“Casi 12 millones de argentinos viajaron al exterior en el último año, una cifra récord desde 2018”, coinciden en destacar desde distintos cámaras turísticas. La balanza turística no es solo un cuadro en Excel, es un termómetro de confianza. Cuando entran turistas, el país inspira. Cuando se van los locales, el país preocupa. El dato de septiembre muestra que la Argentina está perdiendo atractivo como destino justo cuando sus propios habitantes salen más. Mientras tanto, quienes pueden se van. Buscan previsibilidad, ofertas en cuotas o simplemente un respiro. Desde Ezeiza, los vuelos a Río, Santiago o Miami vuelven a salir llenos. En los pasos terrestres, las filas de autos hacia Chile o Paraguay son una escena repetida. En Aeroparque, los mostradores internacionales tienen más movimiento que los de cabotaje. El turismo receptivo –ese que deja dólares y dinamiza economías locales– se enfría. El emisivo –el que los gasta afuera– se recalienta. Una ecuación perfecta para un país que necesita divisas y que, sin embargo, vuelve a exportar consumo y esperanza.

Detrás de cada estadística hay una historia. La de un país que, a fuerza de crisis, convirtió el viaje en un pequeño exilio temporal. Los que salen no necesariamente huyen; a veces solo escapan por unos días. Pero la metáfora se impone: la Argentina vuelve a mirar hacia afuera con más deseo que atractivo. El Estado, mientras tanto, celebra exportaciones, discute retenciones, mide inflación y déficit, pero pierde dólares por turismo a un ritmo que no figura en los informes oficiales. “Cada argentino que cruza la frontera gasta un promedio de cien dólares diarios afuera. Cada turista extranjero que no llega deja de traerlos”, ilustraba días atrás con simpleza un reconocido economista invitado a disertar ante un pequeño grupo de empresarios locales. En un país donde cada dólar cuenta, la valija se volvió símbolo: entra vacía y sale cargada. En los aeropuertos y terminales del país se repite la misma escena: familias que viajan con la mezcla de ilusión y culpa de quien siente que “irse” es un lujo. En los hoteles y restaurantes de los destinos locales –Buenos Aires, Cataratas y la Patagonia especialmente– los mozos comentan la baja de visitantes extranjeros y el repunte de feriados que no alcanza. La balanza turística negativa no es una anécdota de temporada: es una metáfora de país. Porque el turismo –como la economía, la política o la esperanza– también tiene su balanza. Y hoy, una vez más, pesa más el adiós que el bienvenido.

A una semana de las elecciones, el domingo al mediodía hubo un asado en Sierra de los Padres que contó con la presencia de políticos de distintas fuerzas, empresarios y un par de periodistas. Mucha charla política. Análisis de los resultados, sorpresa por el final en la provincia de Buenos Aires y –claro está– vaticinios sobre lo que puede suceder a partir del “cortocircuito” entre el presidente Javier Milei y Mauricio Macri, a propósito de los cambios en el gabinete. Incluso horas antes de que ese mismo domingo se anunciara que Diego Santilli será ministro del Interior y que el concejal justicialista chicaneara a un par de libertarios, señalando que “lo de no permitir testimoniales parece que era joda” (a propósito de las bancas que dejaron tanto Manuel Adorni, ahora jefe de Gabinete, como el mismo Santilli), se habló y mucho sobre el futuro del intendente Guillermo Montenegro, a quien siempre se sindicó como futuro ministro del elenco presidencial. “Por ahora van quedando muy pocos casilleros para cubrir. Todo parece indicar que Montenegro –quien será reemplazado en Mar del Plata por el actual concejal Agustín Neme– asumirá como senador provincial”, refería un funcionario municipal de segunda línea. “El peronismo es un quilombo de luchas internas y pases de facturas, pero los amigos del PRO, entre el pase de los diputados bullrichistas a La Libertad Avanza y el ninguneo que se comió Macri pretendiendo influir en las designaciones de un gabinete donde salió más que fortalecida Karina Milei, a quien detesta, tampoco la tienen nada fácil”, disparó el colega televisivo, más verborrágico que lo habitual gracias al Chivas Regal Royal Salute de 21 años que el dueño de casa, generosamente, puso sobre la mesa.

“El trío Santilli-Ritondo-Montenegro salió fortalecido tras las elecciones. No fue casualidad el abrazo entre ellos y el desahogo ni bien se conoció el triunfo sorpresivo del Colo. En el PRO hubo sectores que no querían saber nada con ese acuerdo con La Libertad Avanza y al final salió bien. Y ahora Santilli, y ya lo dijo el viernes en una entrevista –se refería a lo señalado en Mesa Chica, el programa del streaming de LA CAPITAL y Canal 8–, peleará por la gobernación dentro de dos años”, copó la parada un concejal electo del oficialismo. Mientras se esperaba el arranque del partido entre Estudiantes y Boca, se comentaba que la política argentina tiene sus propias farmacias. No expenden ansiolíticos, pero cada tanto venden algo parecido: esperanza en cuotas. El domingo pasado, según escribió Carlos Fara en una de sus lúcidas columnas, una parte importante del electorado compró un calmante. Después de años de crisis, inflación y ajuste, eligió creer que el sacrificio valía la pena. No ganó tanto Milei como el miedo a que volviera el pasado. Fue un voto más terapéutico que ideológico. “Elijo creer”, como si el Javo fuera Scaloni. Con ese envión, el Gobierno logró algo parecido a una bocanada de oxígeno político. Pero el crédito electoral, como cualquier calmante, tiene duración limitada. Fara lo explicaba con precisión quirúrgica: los votantes y los aliados ahora le dicen a Milei “ya te di el crédito que pediste, usalo bien”. Porque si el Gobierno no corrige sus errores, la segunda parte del mandato puede ser más cuesta arriba que la primera, se consignaba en ese largo almuerzo.

Políticamente, para el Gobierno la semana parecía perfecta: aplausos del mercado, reunión con gobernadores, hasta foto con el ex Emir de Cumelén (más ex que nunca). Pero el viernes, cuando Francos y Catalán presentaron sus renuncias, el clima cambió. Entró Adorni, punto para Karina. En este gobierno, las victorias duran lo que tarda un tuit en volverse pelea interna. Como bien señala Fara, el oficialismo se mira al espejo y solo ve a los suyos. No hay renovación, ni apertura, ni coalición posible. Todo queda en familia: Karina al mando, Santiago en la retaguardia y el “león” jugando siempre al borde del reglamento. Es un liderazgo que se alimenta del riesgo, que gobierna en el fleje. Del otro lado, el kirchnerismo volvió a su deporte favorito: echar culpas. Cristina, fiel a su estilo, responsabilizó a Kicillof. Massa amagó con una renovación, pero volvió al redil. Y Axel, que alguna vez prometió “componer una nueva canción”, sigue repitiendo los mismos acordes. Fara decía que el peronismo, así como está, no es competitivo para 2027, pero sigue representando a un tercio del electorado. Es demasiado capital político como para tirarlo por la ventana, pero nadie parece saber qué hacer con él. Por eso, en este tablero movedizo, lo único claro es que el calmante todavía no hizo efecto completo. Milei ganó tiempo, pero no paz. Y como bien remata Fara, en la Argentina las intermedias nunca son buena predicción de las presidenciales.

El consultor mostraba los resultados de un estudio de SocialData, realizado entre el 15 y el 19 de octubre, que evidencia que aún muchos desconocen que el 10 de diciembre habrá un nuevo intendente en General Pueyrredon. Apenas un 24 % considera positiva la salida del actual jefe comunal. Su sucesor, Agustín Neme, añadió, es conocido por apenas uno de cada cuatro marplatenses. El 76 % no sabe quién es. Aun así, la mayoría opina que el nuevo jefe comunal debería mantener un perfil “localista”, sin casarse ni con el PRO ni con los libertarios. En cuanto a la memoria política, Elio Aprile sigue siendo el intendente más valorado (30 %), seguido por Ángel Roig (18 %) y Gustavo Pulti (19 %), que conserva buena imagen pese al desgaste del tiempo. “En conclusión, el marplatense medio no llora la partida de Montenegro, desconfía de los saltos partidarios y mira 2027 con un ojo en el recuerdo y otro en el bache de la esquina”, graficó.
