Por Natalia Prieto
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Pocas figuras hay tan representativas de Argentina como la clase media y es Mafalda –entrañable personaje creado por Quino– quien la encarna a la perfección. Esa alegoría es utilizada en “Esperando la carroza: la ‘clase media Mafalda’ se diluye”, un informe presentado por la Fundación Pensar que analiza la transformación de la clase media argentina a lo largo de las últimas cinco décadas. Allí se reflejan los cambios vividos, que abarcan tanto su composición como su autopercepción, en el marco de las crisis recurrentes que afectan al país, desde el Rodrigazo en 1975 hasta la pandemia de 2020.
El trabajo, elaborado por Guillermo Oliveto –fundador de Consultora W– y Mora Jozami –directora de Casa Tres–, revela que la clase media actual “representa el 43 por ciento de los hogares argentinos”, según datos de la Encuesta Permanente de Hogares del Indec correspondientes al segundo trimestre de 2025.
La proporción se contrapone con la foto histórica de un país donde en los 70 cerca del “75 por ciento de la población se percibía como clase media y la pobreza rondaba apenas el 4 por ciento”.
El informe describe que esa amplia franja de la población se sostenía “en valores de esfuerzo, estudio, mérito y la ambición de movilidad ascendente”, lo que cimentó la imagen de “un país con alta clase media y fuerte cohesión social”.
A entender de los autores, ese es uno de los motivos por los cuales existió históricamente “un sesgo de autopercepción donde una mayor parte de la población creyó que pertenecía a la clase media”. Y dan números: “En Argentina 29 millones se consideran de clase media mientras que 20 millones corresponden a esa categoría según sus ingresos”.
“El 35 por ciento de aquellos que pertenecen a la clase baja –añaden– se consideran de clase media y el 80 por ciento que pertenece a la clase alta se consideran de clase media”. Oliveto y Jozami entienden que “la clase media argentina, símbolo histórico de identidad nacional, se fue diluyendo. Cada vez menos personas se reconocen dentro de ella”, debido a que “la pérdida de poder adquisitivo se volvió el eje de la vida cotidiana: el 54 por ciento afirma que su capacidad de consumo es hoy mucho peor que hace un año”.
Postales
Hoy en Argentina, para ser considerado de clase media, los ingresos tienen que ser entre $2.000.000 y $6.500.000, de acuerdo a los datos del Indec. En base a esos datos, “7 millones de hogares argentinos son de clase media, 8 millones de clase baja y menos de 1 millón de clase alta”, reseña el informe.
“Mientras los jubilados se deslizan fuera de la clase media, los adultos luchan por sostenerse y los jóvenes sienten que nunca podrán alcanzarla –añaden–, la falta de calidad y terminalidad educativa, la ausencia de crédito, el estancamiento en el empleo y el avance de la informalidad se convirtieron en nuevos muros que bloquean la movilidad social y profundizan la fragmentación del país”.
Esa imagen se contrapone con lo que sucedía durante los 70 y los 80 –escenario de las tiras de Mafalda–, época en que “se tenía menos, pero se aspiraba a menos, por el simple hecho de que en la era preinternet se conocía menos”.
En esa vida de “clase media dominante y homogénea” había matices y “diferentes accesos”. “Hoy aquellos matices se desvanecen y el trazo grueso marca tres mundos nítidos: clase alta, clase media y clase baja”, completa el informe.
Aspiración histórica
Además, en el informe se detalla que el bienestar se asocia “con la posibilidad de consumir”. Para la clase media, el estar bien “se vincula de modo directo y lineal con la disponibilidad, con la capacidad de concretar sus deseos”.
Asimismo, los autores determinan que el consumidor de clase media es “aspiracional”. “A mayores logros, mayor poder. Y sobre todo, mayor seguridad”, sostienen.
En ese sentido, grafican que hoy “los argentinos sienten que la clase media está en retroceso: el 55 por ciento cree que se está achicando, solo dos de cada diez que está creciendo y otros dos que se mantiene igual”.
Además, “dos de cada tres argentinos se perciben en el último escalón de la clase media, o que ya han caído de ella: el 34 por ciento dice pertenecer a la clase media baja y otro 34 por ciento a la clase baja alta. Para la clase media, lo último que se evitaría resignar es la prepaga (28 por ciento)”.
Así las cosas, el retroceso se refleja en que “son más los argentinos que sienten que tienen un peor pasar económico que sus padres (41 por ciento), que los que creen que es igual (27 por ciento) o mejor (27 por ciento)”, resume el informe.
Estoicismo y sacrificio
En el segundo semestre del año comenzó a producirse una nueva mutación en la manera de consumir de los argentinos. “Se pasó de la atención a la alerta y de la prudencia al padecimiento. Hoy, para muchos, ´comprar duele´”, analiza el informe.
Durante el último mes, “el 63 por ciento de los argentinos afirma que han tenido que resignar servicios o actividades que realizaban habitualmente” y esa magnitud se incrementa “en la medida que los entrevistados se perciben de clase media baja o clase baja alta”.
“Durante 2024, en cuestión de meses, decidieron o debieron dar un giro de 180 grados –describen Oliveto y Jozami–. Pasaron de ´fingir demencia´, conducta que llegó a su clímax en los desvaríos económicos preelectorales de 2023, a ´pregonar coherencia´ desde marzo del año pasado”.
Y si bien la tentación sigue presente, el consumo se vio ralentizado, por lo que muchos ciudadanos “han recortado principalmente actividades relativas al ocio general (57 por ciento), compra de indumentaria (38 por ciento) y en un tercer grupo consumo de primeras marcas (26 por ciento), plataformas de contenidos (23 por ciento) y vacaciones (19 por ciento)”.
En este ítem, los autores también incluyen a la “clase alta” y sostienen que “las tarjetas de crédito, en los segmentos altos y medio altos, ´están al límite´, y en los medios bajos, ´detonadas´. No es casual que la mora crezca”.
Ánimo
Esos números rojos se expresan en los estados anímicos. “Se vive con una mayor dosis de presión, los entornos se vuelven más hostiles, crece la fricción, tanto en la intimidad del hogar como en el espacio público, físico o digital”, describen. Y explican que “el sacrificio garantiza el dolor mas no siempre la recompensa. Este es el dilema que cruza hoy la mente y los sentimientos de millones de argentinos”.
Finalmente, sostienen que “los argentinos estamos esperando la carroza: que el mito fundante de nuestra nación, la educación y el trabajo como pilares de la movilidad social ascendente, vuelva a ser realidad”.
“La cohesión social de la Argentina del 75 por ciento de la población autopercibida como clase media empezó a resquebrajarse en los últimos 50 años –fundamentan– con el primer gran trauma socioeconómico que sufrió nuestra sociedad: el Rodrigazo. Siguieron una serie de crisis recurrentes que degradaron aquel mito fundante de nuestra sociedad moderna: la hiperinflación de Alfonsín en 1989, la gran crisis de 2001 y la pandemia en 2020”.
Sin embargo, la clase media argentina demostró en las últimas décadas “un alto grado de resiliencia –concluyen–. A pesar de las altas y bajas y las crisis recurrentes, se las ingenia para tratar de mantenerse en el mismo eslabón social”.
Esfuerzo, estudio y la ambición de movilidad ascendente
De acuerdo al informe “Esperando la carroza: la ‘clase media Mafalda’ se diluye”, elaborado por el consultor Guillermo Oliveto y la analista Mora Jozami para la Fundación Pensar, la clase media argentina se consolidó “tempranamente en el siglo XX. A diferencia de otros países de la región, amplios sectores pudieron acceder a una educación pública gratuita y de calidad, a la salud pública y al empleo formal, lo que generó homogeneidad social y un ‘piso de dignidad’ común”.
Y describen que esa amplia franja de la población se sostenía “en valores de esfuerzo, estudio, mérito y la ambición de movilidad ascendente”, lo que cimentó la imagen de “un país con alta clase media y fuerte cohesión social”.
Hoy, siempre según el estudio, 6 de cada 10 argentinos de clase media “creen que su trabajo les permite subsistir pero no crecer económicamente”, mientras que 4 cada 10 argentinos de clase media “alcanzaron un mayor nivel educativo que sus padres pero no perciben ascenso social”.
