Cómo las pantallas moldean el vínculo entre padres e hijos

Cómo las pantallas moldean el vínculo entre padres e hijos

La psicóloga Valeria Becerra, especialista en crianza y autora del libro “Crianza distraída”, analizó cómo el uso intensivo de pantallas, el ritmo de vida acelerado y la falta de tiempo están transformando la relación entre padres e hijos. En diálogo con Mesa Chica, el programa de streaming de Canal 8 y LA CAPITAL, planteó la necesidad de repensar los hábitos digitales, acompañar a los chicos en su vida online y ofrecerles alternativas reales de socialización.

“Estar presentes físicamente no siempre significa estar disponible emocionalmente”, dijo, y reveló que la edad promedio en que los chicos reciben su primer celular “ya bajó a los nueve años”.

En otro pasaje de la entrevista, Becerra advirtió que “uno de cada cuatro chicos ya apostó alguna vez en línea: es un drama silencioso que crece en las familias”. Y sostuvo que internet no olvida: “Lo que los chicos comparten deja una huella que puede marcarlos para siempre”.

–¿Qué la motivó a escribir “Crianza distraída”?

–Hace años me interesa el impacto de la tecnología en la salud mental. Cuando fui mamá, esa inquietud se volvió más concreta: cómo criar en un mundo que cambió tanto y en el que las pantallas forman parte de la vida cotidiana. Nosotros crecimos sin celulares, pero los chicos de hoy no conciben un día sin ellos. Es un desafío aprender a acompañarlos con herramientas y conocimiento.

–El título del libro ya marca una advertencia: los padres también están distraídos.

–Exacto. El concepto de “crianza distraída” tiene dos sentidos. Por un lado, habla de cómo los adultos, muchas veces sin darnos cuenta, introducimos la tecnología en la vida de nuestros hijos sin evaluar su impacto. Y por otro, de cómo nuestro propio uso –las distracciones constantes, la atención dividida, el tiempo frente al celular– afecta el vínculo con ellos. Estar presentes físicamente no siempre significa estar disponibles emocionalmente.

–¿A qué edad se recomienda que un chico tenga su primer celular?

–Las recomendaciones internacionales sugieren recién a los 13 años, y sin acceso a redes sociales. Para usar redes, la edad aconsejada es a partir de los 16. Pero la realidad muestra que muchos chicos tienen celular desde los 9 años o incluso antes. Eso implica riesgos, porque sin madurez emocional y acompañamiento adulto, el acceso es ilimitado.

–¿Qué rol cumple la escuela en este tema?

–Es clave. En varios países ya se prohibió el uso del celular durante la jornada escolar, y los resultados son muy positivos. Los chicos vuelven a charlar, jugar en los recreos, socializar cara a cara. El exceso de estímulos digitales afecta la concentración, la memoria y la capacidad de disfrute de actividades más lentas, como el deporte o el arte. Algunas escuelas argentinas ya avanzan con regulaciones, pero sería importante una política general.

–¿Ya se perciben consecuencias en la salud mental infantil?

–Sí. En la clínica se observan más casos de ansiedad, depresión y aislamiento. Y no se trata solo del tiempo frente a la pantalla, sino de los contenidos: plataformas como TikTok ofrecen estímulos breves y adictivos. Los chicos planean conectarse media hora y pasan tres. La personalización de los algoritmos hace que sea difícil desconectar, y eso impacta en su bienestar emocional.

Cómo las pantallas moldean el vínculo entre padres e hijos

 

El fenómeno del juego online

–Uno de los capítulos del libro aborda el juego online, y las apuestas clandestinas, un problema cada vez más extendido.

–Es un fenómeno preocupante. Uno de cada cuatro adolescentes admite haber apostado alguna vez en línea. Y el 47% ya conoce plataformas para hacerlo. Aunque los menores no pueden entrar a un casino, muchas páginas ilegales les permiten falsear su edad o apostar a través de intermediarios. Es fundamental hablar del tema en casa, explicar cómo funcionan estos juegos, por qué se ofrecen bonos y qué riesgos implican.

–¿La legislación argentina está preparada para estos desafíos?

–Se están dando pasos, sobre todo en normativas vinculadas al acoso en línea o la difusión de imágenes. Pero falta mucho. Ayer participé de un congreso en la Legislatura porteña y los jueces coincidían en que faltan denuncias. Muchos chicos no se animan a contar lo que les pasa. Necesitamos leyes más actualizadas y equipos capacitados, pero también una sociedad comprometida en protegerlos.

–También menciona la huella digital. ¿Qué debemos saber los padres?

–Todo lo que hacemos en internet deja una huella: fotos, comentarios, publicaciones. Y esa huella no se borra. Hoy las universidades y las empresas analizan redes sociales antes de admitir o contratar a alguien. Además, con la inteligencia artificial es cada vez más fácil manipular imágenes. Por eso es vital enseñar a los chicos a pensar antes de publicar y recordarles que lo que comparten deja de ser privado.

–¿Cómo influye en este contexto el hecho de tener hijos únicos, algo cada vez más frecuente?

–La baja natalidad y las familias con un solo hijo modifican la dinámica. Esos chicos, si no tienen espacios de interacción presencial, están más expuestos al uso excesivo de pantallas. Por eso es esencial ofrecerles actividades en clubes, talleres o deportes. No se trata solo de prohibir, sino de acompañar y proponer alternativas reales.

–¿Qué mensaje les dejaría a los padres?

–La tecnología llegó para quedarse, pero eso no significa resignarse. Los adultos debemos educar con presencia, límites y diálogo. El celular no puede reemplazar al tiempo compartido, a la charla, a la mirada. Si no acompañamos a nuestros hijos en el mundo digital, otros ocuparán ese lugar: influencers, algoritmos, o incluso contenidos dañinos.